El Gran coach Ernesto
El día de ayer tuve una de esas reuniones que te devuelven la esperanza. Llevo ya un buen tiempo tratando de ayudar a centros deportivos a través de distintos servicios: algunos gratis, otros pagados; algunos individuales y otros grupales. En el camino me he encontrado con muchos emprendedores, pero pocos han logrado salir adelante. Sé que eso no habla muy bien de mi trabajo, pero también sé que muchas veces llegan a mí en situaciones casi imposibles de revertir; en otras, simplemente no quieren cambiar, y ahí no puedo hacer más que acompañarlos. Para todos se necesita un cambio real, porque esperar resultados distintos haciendo exactamente lo mismo es una de las trampas más comunes. Todos caemos en ella alguna vez.
Todo este proceso me ha ayudado a perfilar mejor a quién puedo ayudar realmente. Ha sido un aprendizaje duro, muchas veces doloroso… pero ayer, por primera vez en mucho tiempo, sentí una recompensa que valió cada minuto invertido.
Ernesto me contactó en 2023, en junio. Lo recuerdo perfecto porque estaba en Chicago, en el Summit de 2 Brain Business. Conversamos un poco y quedamos en comenzar a trabajar juntos. La idea era ayudarlo a sacar su negocio adelante pero, sobre todo, a construir la vida que soñaba. Cuando finalmente conectamos de manera más formal pude ver a un gran coach: apasionado, comprometido, enamorado de su box. Y además con un propósito precioso. Ernesto soñaba con construir un box de CrossFit muy fiel a la metodología de Glassman, nada de estas variaciones modernas de “CrossFit a mi manera”. Él quería levantar un oasis en las Islas Galápagos. La idea me fascinó, pero sabía que sería un desafío enorme. Su realidad era muy distinta a la mía. Aun así, los sistemas que aplico no se tratan de Acción: se tratan de 2 Brain, y sé que pueden funcionar en cualquier parte del mundo. Así que nos lanzamos.
No recuerdo la cronología exacta de los meses siguientes, pero sí recuerdo esto: Ernesto fue uno de los mejores alumnos que he tenido. Entusiasmado, dedicado, disciplinado. Iba aplicando los sistemas que le enseñaba, iba leyendo cada libro que le recomendaba. Veíamos pequeños avances… pero también grandes obstáculos. Con el tiempo, Ernesto comenzó a “quemarse”. Lo veía agotado, perdido, consumido por las demandas del negocio. Y es que la Isla Galápagos no facilita las cosas: costaba mantener un segundo coach, lo que lo obligaba a ser un “one man show”. Un modelo muy difícil de sostener.
En algún momento dejamos de trabajar juntos formalmente, pero seguimos en contacto. Tiempo después se sumó a un grupo de trabajo y ahí fui más directo: le recomendé cambiar radicalmente su modelo de negocio. Ernesto era un excelente coach, pero su estructura era imposible de sostener. Le sugerí migrar a un modelo de valor: pocos clientes, más resultados. Un espacio más pequeño, tal vez en su propia casa, menos costo fijo, más control, más equilibrio. En ese momento ya había sido padre, y necesitaba recuperar su vida.
Creo que el cambio le hizo sentido, pero al principio no le gustó. Hasta que la realidad lo empujó: le pidieron el local. Era momento de cerrar las puertas. Fue doloroso, estoy seguro. Había peleado años por ese proyecto. Pero también era evidente que había cosas más importantes por las que luchar. A veces la vida te obliga a hacer los cambios que tú no te atreves a tomar solo.
Y entonces llegamos a la reunión de ayer.
Vi a un Ernesto distinto. Alegre, liviano. Sonriendo. Nada de esa versión agotada que conocí. Me mostró su casa nueva y su pequeño espacio de entrenamiento. Está haciendo pequeños grupos y personalizados. Cobra lo que vale. Escoge a quién entrena. Se enfoca en quienes realmente necesitan su servicio. Y lo más importante: entendió que “poder entrenar a cualquiera” no significa que deba entrenar a cualquiera. Encontró su lugar, su valor, su impacto. Y eso —eso— es lo que le está devolviendo la vida.
Sigue consumiendo todo el contenido gratuito de 2 Brain y sigue estudiando. Pero ahora, por primera vez, lo hace dentro de un modelo que sí lo puede llevar a construir la vida que soñó. Salí de la reunión realmente feliz. Sentí que esta vez sí logré ayudar. Sí pude acompañarlo en la dificultad. Sí pude mostrarle otro camino. No uno más fácil, sino uno más suyo. Uno que no lo consuma. Uno que lo sostenga.
El trabajo duro lo hizo él. Pero haber estado ahí mientras se levantaba fue profundamente reconfortante.
Cuando comenzamos, no tenía idea de dónde terminaría este camino. Fue más difícil de lo que imaginé. Pero verlo feliz hoy… lo vale todo. Cada reunión, cada conversación, cada frustración.
Gracias, Ernesto. Gracias por tu esfuerzo, por tu lucha, pero sobre todo, gracias por confiar en mí.
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