Ser poco Hombre - ser mucho hombre
"Eres un poco hombre", recuerdo que ese era uno de los insultos más terribles que te podían decir cuando era chico. Era un ataque directo a tu masculinidad, a tu identidad, te lo podían decir por golpear a una mujer —“es de poco hombre”— o por tener una actitud cobarde, arrancar del conflicto, hablar mal de otra persona sin decírselo a la cara. Era un apelativo duro, doloroso, era humillante.
Hace unos días se conmemoró el día del hombre. La verdad, no tenía conocimiento de su existencia; me tomó por sorpresa, pero me tuvo toda la semana reflexionando. ¿Qué es ser un hombre?
Curiosamente, solo escribir la pregunta me incomoda. No quiero por nada del mundo meterme a la discusión de identidad de género. Como no soy experto en nada de eso, voy a contestar desde mis 43 años de experiencia habitando un cuerpo de hombre.
Cuando era niño, recuerdo que era importante “proteger mi masculinidad”.
¿Protegerla de qué, de quién? No lo sé, pero sí recuerdo querer ser hombre, porque era una de las primeras identidades que uno incorpora y venía cargada de formas de actuar. Los hombres no lloran; eso es de niñas. Los códigos, los colores, los gestos, todo lleno de reglas implícitas. No lo describo como algo terrible, para nada, tuve una linda infancia, pero sí reconozco que la masculinidad estuvo siempre presente como códigos externos. No tener pelos en la cara en mi adolescencia me hacía sentir “menos hombre”, una estupidez absoluta, pero propia de los códigos con los que crecí.
Cuando terminó la adolescencia, dejé esos cuestionamientos de lado. Sentía que mi identidad masculina ya estaba formada. ¿Y ahora que?
Había que ser fuerte.
Había que guardarse los sentimientos, eso no es de hombre.
Había que buscar ser exitoso, trabajador, esforzado.
¿Había que ser “un buen partido”?
Tal vez se trataba de eso, en retrospectiva al menos, aunque nunca lo pensé de manera explícita. Creo que la búsqueda de pareja, el impulso sexual, la validación externa fueron parte fundamental de como se desarrllaba el ser hombre en mi cabeza.
Nunca estuvo en mi radar la idea de formar una familia, no lo recuerdo como algo que añoraba. Ser padre sí, pero una familia no lo recuerdo como un sueño. Quería ser padre porque quería demostrar que podía hacerlo mejor que mi padre biológico (tuve la suerte de crecer con un gran padrastro). Era más una revancha con la vida que un deseo maduro.
Y llega el día: nace mi hija.
Y para mí, ahí hay un antes y un después.
En términos de identidad masculina, ese momento me quebró y me reconstruyó por completo. Hasta entonces, siempre sentí que algo me faltaba. La paternidad llenó ese espacio. Me dio un sentido de propósito. Me conectó con una responsabilidad, con un amor y una presencia que redefinieron lo que para mí significa ser hombre.
Ser padre me permitió destruir partes viejas de mi identidad y soltar cosas que ya no me servían. Más que inútiles, eran cosas que simplemente me impedían avanzar. Aprendí a conectar con mi emocionalidad, a no reprimir lo que siento, sino aceptarlo y fortalecerme con eso. Mis hijas fueron la fuerza de este cambio: me enseñaron a emocionarme hasta las lágrimas, una y otra vez, con su cariño incondicional.
Aprendí a conectar conmigo, con lo que quiero, con mis sueños, con aquello que me hace sentir orgulloso.
Aprendí que “estar bien” no se dice: se construye.
Aprendí que debo estar bien para ser la mejor versión para quienes amo.
Aprendí que ayudar a otros me hace más hombre, más humano.
Aprendí que competir no se trata de ganarle a nadie, sino de que podamos ser mejores juntos.
Aprendí que ser esposo es parte fundamental de ser hombre: ser compañero de vida con alguien que amas y admiras requiere esfuerzo constante, y vale la pena cada día.
Aprendí que la violencia me asusta, pero en vez de escapar, decidí enfrentarla: entreno cada semana algo que me resulta incómodo, a veces desagradable, pero que me transforma en el tipo de hombre que quiero ser.
Creo que, en el fondo, lo que quiero decir es que mi masculinidad está en desarrollo. Mi rol como hombre se sigue construyendo, pero hay cosas que hoy sí tengo claras y que construyen el tipo de hombre que quiero llegar a ser. Y lo escribo con orgullo.
Quiero ser el proveedor de mi familia.
Quiero sentirme útil y entregar todo lo que pueda a mis hijas y a mi esposa, para que tengan la vida que merecen.
Quiero ser fuerte, enfrentar la adversidad y proteger a mi familia.
Quiero compartir mi camino con otros —aunque soy introvertido— porque me gusta sentirme parte de una tribu y me gusta sentirme útil.
Quiero seguir disfrutando mi competencia física, seguir siendo mejor ser humano cada día.
¿Qué es ser hombre?
Todo lo que escribí más arriba. Y todo lo que seguiré descubriendo.
Lo único que tengo claro es que no voy a ser el hombre que otros quieren que sea. Voy a ser el hombre que yo sueño ser: padre, esposo, líder, emprendedor. El que mi familia se merece.
Por ellas, y por mí, es todo esto.
Ser hombre es una obra en progreso.
Y tal vez lo más masculino que existe es cuestionarnos que es ser hombre para ti.
Dicen que convertirse en papá, el tener tu primer hijo o hija, te cambia la vida. Creo que la frase queda corta. Siento que antes de eso no tenía un rumbo claro. Si bien estaba en lo mío, con una vida que puedo reconocer como totalmente construída en base a lo que decidí construir (lo bueno y lo malo) , el convertirme en padre hizo que todo cobrará sentido.
ResponderEliminarEs como que tú alma ahora tiene una razón real para buscar no morir y entregar todo tu potencial, dar todo lo que está en tí para tu familia.
Creo que el pasar a ser padre es el punto en el que se activa el alma del ser hombre.