La era de la inteligencia artificial

Es increíble lo rápido que ha avanzado la inteligencia artificial en el último tiempo. Al punto que esto que estoy escribiendo podría, sin lugar a dudas, hacerlo la IA… y probablemente mejor que yo.

¿Cómo pasó esto?

Simple: basta con reconocer las limitaciones del ser humano. Nuestra capacidad de procesamiento es reducida, nuestra lógica, imperfecta, y nuestras decisiones están constantemente distorsionadas por las emociones. Ese cóctel maravilloso —que nos hace humanos— también nos hace lentos, ineficientes y, a veces, irracionales.

Hoy la IA pone en jaque muchas profesiones. No solo los trabajos de “bajo valor”, como se suele decir, sino también los de más prestigio. Basta pensar en un diagnóstico médico: una máquina puede analizar millones de casos, patrones y estudios en segundos, sin cansarse, sin sesgos emocionales, sin ego.

Y si me dices que “la IA no puede captar emociones”, te diré que eso también está cambiando. Ya existen sistemas capaces de leer expresiones faciales, tonos de voz y microgestos con una precisión que ningún humano podría igualar. Mucho mejor que un doctor que lleva 25 pacientes en el día.

¿Estamos cerca de que nos atienda un doctor robot? Probablemente sí.

Ese robot sabrá nuestro historial médico, nuestros hábitos de sueño, nuestros niveles de estrés. Hará cálculos más precisos que cualquier profesional y probablemente cometerá menos errores. Hace veinte años eso era ciencia ficción; hoy es solo cuestión de tiempo.

Entonces surge la gran pregunta:

¿Nos volverá estúpidos la inteligencia artificial?

Hace poco, mientras decidía por quién votar, decidí hacer un experimento. Le pregunté a ChatGPT: “Según todo lo que sabes de mí, ¿qué candidato presidencial representa mejor mis prioridades?”.

La respuesta me desilusionó. No quiso decirme un nombre —ética algorítmica, lo llaman—, pero me devolvió algo más interesante: una lista de mis prioridades. Emprendimiento, salud, seguridad y orden.

Le pedí que comparara a los candidatos en función de eso… y fue devastador. Descubrí que ninguno me representa realmente. Y cuando le pedí que buscara líderes con un estilo de vida coherente con la salud y la actividad física, su respuesta fue categórica: ninguno.

Quizás ahí radique el verdadero problema: no es la IA la que está fallando, somos nosotros.

Los humanos seguimos queriendo liderar desde el discurso, no desde el ejemplo. Seguimos hablando de futuro mientras operamos con paradigmas del pasado.

Y ahí es donde me gusta pensar que la IA puede ayudarnos, no reemplazarnos.

No para pensar por nosotros, sino para ayudarnos a pensar mejor. Para recordarnos que la lógica puede ser un aliado, y que el conocimiento ya no es poder si no se transforma en acción.

¿Se acabó la era de los humanos?

No lo creo. Pero sí estamos entrando en una era donde la inteligencia artificial nos obliga a ser más humanos que nunca.

Porque la máquina puede procesar, pero no puede soñar. Puede analizar, pero no puede creer. Puede simular empatía, pero no puede amar.

La IA no es el fin del ser humano. Es su espejo.

Y la pregunta ya no es si nos va a reemplazar, sino si estaremos dispuestos a evolucionar para merecer seguir al mando.

La única constante es el cambio, sí.

Pero quizás el verdadero desafío ahora sea recordar quiénes somos, antes de olvidarlo entre tanto código.

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