¿Y si a algunos no les gusta?

Escribamos de un tema incómodo: la obsesión con agradar a los demás. Esa continua preocupación respecto de que va a opinar el resto respecto a nuestras acciones y como eso termina influenciando nuestro accionar, en ocasiones evitando que hagamos lo que realmente queremos.

todos tenemos esa vocecita en nuestra cabeza que nos trata de "proteger" del ridículo y la exposición social; “¿y qué van a pensar de ti?”. Un mecanismo de supervivencia antiguo, diseñado para que no te echaran de la tribu y murieras solo en la selva. Esta voz podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. No ser aceptado en la tribu podía marcar la diferencia entre volver a alimentarnos, en sentirnos protegidos, lo que hacía fundamental el tener la capacidad de "agradar" al resto. Literalmente nuestra vida dependía de eso.

La adolescencia es la etapa donde más lo sentí. Esa mezcla rara de querer ser único, pero no demasiado distinto porque “distinto” significa quedar fuera de la tribu. Esta etapa se vuelve compleja, es muy fácil perderse en esta dualidad, es muy fácil terminar atrapado en una identidad de grupo por el simple hecho de querer pertenecer. Es fácil olvidarnos de lo que realmente somos por querer agradar a otros. Terminar viviendo una vida para otros.

Pregúntate:

¿Cuántas veces has dejado de hacer lo que quieres solo por miedo a la opinión de los demás?

¿Cuántas veces has enterrado un sueño por “qué dirán”?

Yo también lo hice. Durante años me escondí detrás de mi proyecto. No quería que se supiera quién estaba liderando Acción. No quería sentirme expuesto a la opinión del resto. Era más fácil estar en la sombra que escuchar críticas, las críticas duelen. Me golpeaban la confianza y me hacían dudar de mí mismo. La realidad es que a pesar del éxito, en esos momentos dudaba mucho de mi mismo.

Hasta que llegó la pandemia, que significó un cambio radical en mi estilo de liderazgo. Comenzar a liderar desde el frente. Ya no más esconderme, tenía que salir a proteger el trabajo de todos estos años y nació en mi también la convicción de que lo que estaba haciendo era realmente mi camino. Creo que acá está el punto de inflexión, no necesitaba de la aprobación de los otros, simplemente "sentía" que este era. Este punto representa un quiebre en mi identidad. Me permitió soltar mi personalidad y comenzar, por primera vez después de muchos años, a sentir que era honesto conmigo mismo. Era el momento de seguir mi camino.

¿El resultado? 

Aprender a lidiar con la opinión de otros. A muchos no les gustaba lo que estaba haciendo, existían aquellos que estaban en desacuerdo conmigo, enojados conmigo. Pero también estaban los que me apoyaban, los que creían en mi y que querían ser parte de mi lucha. No teníamos que ser mayoría, teníamos que ser los que realmente creíamos. No se trataba de números, se trataba de convicciones, se trataba de por primera vez poner mi opinión por sobre la del resto y escuchar aquello que realmente quería para mi vida. Aceptar de que mis decisiones a muchos no les iban a gustar y estaba bien con eso. Pude ser capaz de ver a través del ruido y entender que me importan las opiniones de aquellos que tengo cerca, de los que me acompañan en este camino y que la opinión de los espectadores es sólo un termómetro y que no determina mis acciones, es simplemente parte el contexto. 

¿Por qué debería importarme lo que opines de mí si ni siquiera me conoces?

Esta nueva identidad, que no toma decisiones respecto a la opinión del resto me ha permitido sentirme más libre, sentirme realmente más conectado, más feliz. Ya no necesito esconderme, puedo ser yo, puedo mostrarme tal cual soy. Y con el tiempo he aprendido que a algunos no les gusta, les incomoda, les molesta. Me enfoco en aquellos que si les parece interesante lo que propongo. Aquellos que si se inspiran con mi individualidad.

¿Y los que hablan de mí?

Dejen de ser espectadores y empiecen a ser protagonistas.

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