Dejar de vivir como una lagartija
Las últimas semanas no he podido sacar este concepto de mi cabeza: muchas de nuestras acciones diarias nacen del miedo. Lo usamos como catalizador para vencer la resistencia, para ponernos en movimiento, para no quedarnos paralizados. Y aunque en el corto plazo nos impulsa, en el largo plazo puede convertirse en algo destructivo.
Me lo imagino como una lagartija que reacciona al peligro: se mueve rápido, se esconde, cambia de color. No razona. Solo actúa para sobrevivir. ¿Cuántos de nosotros vivimos así? Haciendo, corriendo, adaptándonos, pero siempre arrancando de algo. Siempre con miedo.
Hace unos días, conversando con Tommy y la Juani, ambos miembros de mi equipo, sobre mi historia, recordé un evento que marcó mi vida: fue el año 2009 (creo), tuve un accidente vascular, sufrí una trombosis venosa profunda. En ese momento creí que podía morir. Tal vez no fue tan grave como pensé, pero para mí, fue la primera vez que me enfrenté directamente con mi propia mortalidad, con perder algo tan importante como la vida.
Ese evento lo cambió todo. Fue el punto de quiebre que me empujó a replantear mi vida. Me obligó a mirar hacia adentro. Me puso incómodo y me tuve que hacer las preguntas, me tuve que mirar al espejo ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo con el tiempo que tengo?
La conversación con Tommy ya la Juani terminó con una frase que me quedó resonando:
“¿Por qué necesitamos que nos pase algo fuerte para cambiar?”
Creo que fue el miedo lo que me hizo despertar. Miedo a dejar de existir. Miedo a no haber vivido con intención. Ese miedo fue el inicio. Pero con el tiempo, ese miedo se transformó. Se convirtió en amor por la vida. Me empujó a construir una vida que elegí, me hizo despojarme de las voces de otros y empecé a escuchar mi propia voz. A rodearme de personas y espacios que reflejan lo que valoro. Dejé de correr, de esconderme, dejé de cambiar de color para adaptarme.
Me di cuenta de algo poderoso:
El miedo revela lo que realmente valoramos. Lo que nos importa. No lo que decimos, muestra lo que somos. Para bien, o para mal.
Nos muestra lo que no estamos dispuestos a perder. Pero no podemos quedarnos atrapados ahí. No podemos vivir como lagartijas, reaccionando todo el tiempo.
Necesitamos hacer una pausa y preguntarnos:
¿Por qué hago lo que hago? ¿Qué me impulsa realmente?
¿Vas a trabajar cada día por miedo a perder el trabajo o porque tu trabajo es una expresión de lo que eres?
¿Estás en esa relación por miedo a quedarte solo o porque estás construyendo una familia, un hogar, tu lugar seguro?
¿Vas al gimnasio por miedo a subir de peso o porque moverte te conecta con tu cuerpo y con tu vida?
¿Cuidas tu cuerpo por miedo a enfermarte o porque lo valoras y te asombra todo lo que puede hacer?
Las acciones pueden ser las mismas. Pero cuando cambia el “por qué”, cambia todo.
Pasas del miedo al propósito.
Del control externo a la elección interna.
De sobrevivir a vivir con intención.
Cuando dejas de vivir impulsado por el miedo, tomas el control.
Y comienzas a vivir desde el corazón.
Comentarios
Publicar un comentario