¿No estás solo?
Hoy quiero escribir con un tono más íntimo. Desde el lugar del emprendedor. No quiero hablarte de métricas, ni de ticket promedio, ni de tasas de ocupación. Hoy quiero contarte cómo se siente emprender, especialmente en el mundo del fitness.
Comencé esta aventura en 2012. Recuerdo perfectamente el entusiasmo con el que enfrenté el comienzo del proyecto. Tenía un socio con quien compartir el sueño: él se encargaría de la parte deportiva, yo de la administrativa. Todo parecía alineado. Soñado. Cuan equivocado estaba.
Apenas comenzó el camino, llegaron también las primeras fricciones, las conversaciones incómodas y las malas decisiones que, con el tiempo, nos pasarían la cuenta. ¿Cómo lo enfrentamos en ese momento? Trayendo un nuevo socio. En retrospectiva, entiendo que lo hicimos por miedo; miedo a estar solos. Buscábamos repartir el riesgo, repartir el peso.
El proyecto siguió, los roles se consolidaron… y los problemas también. Y empecé a darme cuenta de algo: al final del día, yo estaba a cargo de resolverlo todo. Creo que mis socios confiaban en mí, me habían dado ese lugar. o simplemente ellos no lo querían. Lo cierto es que yo si lo quería. Pero también me sentía completamente solo. Las luces del box se apagaban y todos sonreían. Menos yo. Yo pensaba en el baño tapado, en la patente vencida, en el profe con el que estaban molestos, en la plata que no alcanzaba. Problemas grandes y chicos… todos caían en mí.
Me volví más fuerte, o mejor dicho, más resistente. Aprendí a cargar con esa responsabilidad. Pero el único lugar donde realmente sentía que formaba parte de un equipo, era en casa. En mi familia. Ahí no tenía que ser el que resuelve todo. Ahí me sentía cuidado.
En el trabajo, en cambio, sentía que todos querían algo de mí:
“Necesito ganar más.”
“¿Cómo puedo seguir desarrollándome?”
“Se rompió esto, hay que comprar lo otro"
Entonces entendí que necesitaba construir un equipo de verdad. Personas que no solo trabajaran conmigo, sino que compartieran la responsabilidad, el propósito. Empecé a cambiar. Comprendí que no se trata solo de resistir, sino de evolucionar. Que si yo quería apoyo, primero debía convertirme en un líder al que valiera la pena seguir. ¿Y funcionó? En parte. El equipo mejoró, el ambiente cambió, pero algo persistía: ese peso, esa soledad en las decisiones más duras.
Ante de la pandemia el negocio creció más de lo que alguna vez imaginé, pero arrastraba errores míos: por falta de experiencia, por no saber liderar ni construir una empresa sólida. Desde afuera, parecía un éxito. Pero por dentro, yo seguía sintiéndome solo. Atrapado en esa contradicción: el proyecto florecía, todos sonreían, yo aún me sentía solo en esto.
Y ahí pasó algo. Busqué ayuda.
Después de años mirando de lejos programas de mentoría, decidí probar. Contraté uno, sin saber bien por qué. Tal vez por intuición, por curiosidad o tal vez porque ya no podía más.
Y ahí empezó una nueva historia.
¿Sigo enfrentando problemas? Claro. ¿Sigo tomando decisiones difíciles? Todos los días.
Pero hoy ya no me siento tan solo. Pero aprendí a llevar esa carga y aprendía rodearme de las personas que me ayudan a enfrentar la dificultad.
Tengo un equipo en el que confío. Que se compromete. Que se hace cargo.
Y tengo un mentor. Alguien que ha estado donde yo estoy. Que entiende mis desafíos porque los ha vivido. Alguien que me ayuda a mirar el negocio con otra perspectiva y que me acompaña a navegar esta montaña rusa.
Tengo una familia hermosa que me apoya en este proceso y que al final del día me ayuda a sentirme querido, ha nunca sentirme solo.
Hoy puedo decirlo con certeza: no estoy solo.
Y eso cambia todo.
Si tú también te sientes así —agotado, solo, sin saber si vas por el camino correcto—, te quiero decir algo: no tienes por qué hacerlo solo.
Es distinto emprender cuando estás bien acompañado. Muy distinto.
Estoy a un mensaje de distancia.
Comentarios
Publicar un comentario