Escribir desde el corazón
Hoy me cuesta más que nunca sentarme a escribir. Me cuesta ordenar las ideas, dar forma a todo lo que ha rondado por mi cabeza esta última semana. No es un tema técnico, no es una reflexión sobre entrenamiento, ni algo que tenga que ver con ventas o estrategias. Esto es personal y doloroso.
La semana pasada fue, sin duda, una de las más difíciles que me ha tocado vivir al frente de este proyecto. No fue por un cierre inesperado, no fue por COVID, ni siquiera por problemas de dinero. Fue algo más duro. Algo que me tocó en lo más profundo de lo que significa liderar.
Se trata de un integrante de mi equipo, se trata de ti, Pato.
Y se trata, también, de lo que más temo fallar como líder: el cuidado de las personas que forman este equipo.
No quiero que se malinterprete. En esta posición, me he dedicado —y me seguiré dedicando— a cometer errores. Es parte del rol. He tratado de aprender de cada uno de ellos. Pero este error en particular me duele más que otros, porque toca un pilar fundamental de lo que debería ser mi labor: cuidar a quienes cuidan este proyecto con lealtad, con esfuerzo, con amor.
Y contigo, siento que fallé. Fallé fuerte.
Cuidar al equipo no es un concepto vacío. No significa simplemente estar presente o responder mensajes. Significa ver más allá. Significa observar, conectar, anticiparse, estar ahí de verdad, sobre todo para los que, como tú, han cargado esta bandera desde el primer día. Han pasado casi 10 años desde que comenzamos a trabajar juntos. Y desde ese primer día llevaste con orgullo la polera de coach. Fuiste ejemplo, guía, amigo, compañero. Siempre generoso, siempre disponible, siempre empujando más de lo que podías. Siempre buscando sumar.
El año pasado, en un intento por ayudarte más directamente, trabajamos juntos por tres meses. Decidí ser tu coach, y tú con esa humildad que te caracteriza, aceptaste. Al principio te costó. Te veía incómodo, como si algo dentro tuyo dudara del proceso. Pero también te vi florecer. Te vi luchar, te vi entregarte. Volviste a creer en ti mismo. Ese proceso fue hermoso de presenciar. Sentí orgullo de ser tu coach.
Pero se acabaron esos tres meses, y aunque sabía que quedaba mucho por hacer, decidí enfocar mi tiempo en otros. Pensé que tú, como siempre, ibas a estar bien. Pensé que podrías seguir solo. Me equivoqué. Fallé en ver que quien siempre ayuda, también necesita ayuda. Que quien siempre sostiene, también necesita ser sostenido.
Y eso me duele.
He escrito muchas veces que ninguna persona es indispensable en este proyecto. Pero esta semana, por primera vez, me enfrenté a imaginar qué sería Acción sin ti. Y la verdad, no lo quiero imaginar. No puedo. Has sido parte de todo: las ideas locas, los logros, los errores, las reconstrucciones. Has sido parte del alma de este lugar. Has tocado tantas vidas. Has guiado a tantos. Has hecho de Acción un espacio más humano.
Y ahora, Pato, es tiempo de que pongamos todo eso al servicio de ti mismo.
Es tiempo de ponerte primero. De reconstruir desde adentro. De sanar. No por deber, no por compromiso, no por volver a las clases. Sino porque tú lo vales. Porque mereces esa misma energía que siempre entregaste.
Y claro que duele lo que no hice. Pero ya no vale la pena lamentarse. Hoy solo queda mirar hacia adelante y trabajar por tu regreso. Porque este lugar, Acción, no sería lo mismo sin ti. Porque aún hay mucho por construir. Y porque aún quiero verte ahí, con esa sonrisa tuya, en medio de una clase, cambiando una vida más.
Te estamos esperando. Esta vez, el que más necesita nuestra ayuda eres tú.
Y esta vez, no te voy a fallar, Acción no te va a fallar.
Comentarios
Publicar un comentario