Entender el comportamiento de las personas

No somos tan racionales como creemos. Y eso es gran parte del problema. Siempre cuento una anécdota que ilustra esto de manera clara. En un estudio, se buscaba que más personas se lavaran las manos después de ir al baño. La estrategia más efectiva no fue educar sobre gérmenes o enfermedades. Fue simplemente mover el lavamanos afuera del baño, donde todos podían ver si te lavabas o no. La vergüenza fue más poderosa que la educación o el miedo a enfermarse.

¿Por qué pasa esto? 

Porque nos importa más quedar bien frente a los demás que hacer lo correcto por nosotros mismos.

En el último tiempo he profundizado en el estudio de la nutrición. Pero, paradójicamente, cuanto más aprendo, más me convenzo de que el problema de la obesidad y el sedentarismo no es nutricional. Es conductual. La mayoría de nuestras decisiones alimenticias no nacen de la lógica, sino de las sensaciones, del entorno, del hábito, de la emoción. Comemos para calmar algo: el hambre, la ansiedad, el aburrimiento, la soledad. Comemos también por pertenecer, por costumbre, por ritual. Y eso no lo resuelve una dieta.

Las dietas funcionarían perfecto… si fuéramos robots. Pero somos animales con un aparato racional encima. No al revés. Y el animal no obedece instrucciones.

No basta con saber qué comer. No basta con entender los macros, ni contar calorías, ni tener fuerza de voluntad. Por favor dejen de decirle a las personas que no son disciplinadas. Los seres humanos no somos disciplinados. Queremos estar acostados más de lo que queremos movernos. Queremos comer a destajo más que pasar hambre. Por defecto los seres humanos NO SOMOS DISCIPLINADOS.

Ese es el enfoque equivocado.

Necesitamos diseñar estrategias que entiendan al animal. Y para eso, primero hay que aceptar que ese animal existe en nosotros.

En mí conviven dos seres. Uno racional, lógico, que entiende qué debería hacer.

Y otro impulsivo, instintivo, emocional, que muchas veces termina tomando el control. Ambos quieren lo mejor para mí. Pero lo entienden de formas completamente distintas.

Entonces la pregunta no es: ¿Cómo me obligo a comer bien? Sino: ¿Cómo entreno al animal que vive en mí para que me ayude y me ayude a lograr lo que queremos?

Eso requiere más que información. Requiere estrategia, entorno, relaciones humanas, manejo del estrés, descanso, hábitos. Requiere conocerme. Aceptarme. Y aprender a modular mi ambiente para que el animal no tenga que estar peleando todo el día. Tengo que entrenar el instinto, adiestrar al animal.

La medicina, la nutrición, el entrenamiento… todas estas disciplinas han avanzado muchísimo en lo técnico, pero muy poco en lo conductual. Han olvidado preguntarse cómo hacer que las personas apliquen lo que se les enseña. Y sin cambios en el comportamiento, no hay resultados.

No importa tener la mejor estrategia del mundo si no considera cómo funciona la mente humana.

El marketing lo entendió hace rato: estudió nuestra psicología para que compremos más. Nosotros deberíamos usar ese mismo conocimiento para diseñar vidas mejores. La libertad de elegir es una falacia si no entendemos por qué elegimos lo que elegimos. 

No somos seres racionales que a veces sentimos.

Somos seres emocionales que, con suerte, a veces razonamos.

La educación es clave, sí. Pero no sirve de nada si no aprendemos a hablarle al animal que vive dentro de nosotros.

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