No es necesario tener la razón
Se me ocurren muchas razones para dejar de escribir. Muchas más para dejar de compartir estos... ya ni sé cómo llamarlos. A estas alturas no sé qué son. No sé si son parte de una bitácora, si tienen cierta lógica o conexión entre uno y otro. Trato de plasmar parte de lo que siento, parte de lo que reflexiono, en este espacio. Para bien o para mal, por lo general sin mucho filtro.
Sin duda no soy un escritor. Mis estudios literarios son prácticamente nulos, y sólo en los últimos cinco o seis años me he dedicado a aprender a leer de verdad. Parte del ejercicio de leer ha tenido que ver con construir la capacidad de expresar mejor lo que pienso, lo que siento. Hoy veo las habilidades comunicacionales como fundamentales para cualquier actividad que desempeñemos.
A pesar de hacerlo de manera constante, sigo encontrando cientos de errores en cada texto que escribo. Me cuesta trabajar las ideas, expresarlas de forma concreta y elocuente. No tengo un gran vocabulario, ni tengo cosas tan interesantes que compartir.
Sobre los temas que escribo, escribo de muchas cosas, y en ninguna me podría definir como un experto. Escribo sobre liderazgo, un tema que en lo personal me cautiva. Construir la habilidad de que otros te sigan me parece fascinante. Ser capaz de conectar al punto de compartir sueños, compartir objetivos, lo veo sin lugar a dudas como un superpoder. Lograr desarrollar esto es uno de mis mayores anhelos.
Voy compartiendo mis fracasos (quería escribir aciertos y fracasos, pero no recuerdo haber escrito acerca de ningún acierto) y trato, a través de estas reflexiones, de extraer aprendizajes. Los comparto con la esperanza de que a alguien le puedan servir, de que alguno encuentre utilidad en estas caídas.
Escribo sobre emprendimiento en el mundo del fitness. Llevo más de diez años dedicado a este extraño rubro. Le tengo un enorme cariño, aunque no tenga tan claro el porqué. El mercado del fitness es un conjunto de negocios extraños que hace confluir a las más diversas personalidades: desde grandes empresarios que ven oportunidades, hasta apasionados del fitness en sus más variados conceptos. En este mercado conviven artesanos, profesionales, artistas, deportistas... empujados, en su mayoría, por el amor a sus disciplinas. Disciplinas muchas veces extrañas, casi cultos, que sacan a relucir las particularidades de sus personalidades.
Me gusta escribir de la vida, de lo que observo, de lo que trato de entender.
Los últimos años me he dedicado a leer y aprender de filosofía, antropología y comportamiento humano. Me interesa cómo se relacionan estos conceptos, cómo permiten ir entendiendo cómo funcionamos, dónde están nuestras motivaciones, por qué hacemos lo que hacemos. A pesar de todo lo que trato de aprender, siento que apenas entiendo una capa superficial del problema. La complejidad del ser humano en sus interacciones hace que este aprendizaje parezca infinito. Entiendo bien poco, pero eso no me quita las ganas de seguir.
Hay días que escribo sobre coaching, desde la perspectiva del deporte o de la importancia de la conexión humana en los procesos de aprendizaje. He tomado cursos de distinta índole, he leído, estudiado, aprendido de otros coaches. He buscado maestros en áreas ajenas y he tratado de absorber herramientas para poder llegar mejor a otros. Es, sin lugar a dudas, un arte difícil el de dominar el coaching. Me siento lejos de lograr ser un buen coach. Pero me gusta escribir de estos temas, compartir mi viaje de aprendizaje.
El coaching siempre se conecta con temas de salud, que tanto me apasionan.
Y es aquí donde el terreno se vuelve más complejo: hablar de salud sin ser médico, de nutrición sin ser nutricionista, de entrenamiento sin ser PF/EFI/PT (o cualquier otra sigla) genera molestia en otros. A pesar de lo interconectados que están estos conceptos, hablar de todos ellos pareciera ser una herejía. En un mundo profesional cada vez más reduccionista, el generalista parece condenado al exilio, a ser mirado con desprecio por no elegir el camino de la máxima especialización.
¿Quién soy yo para compartir todo esto? ¿A quién le puede interesar?
Nada de lo que escribo viene de la voz de un experto. Ninguna de estas líneas está respaldada por un título universitario que me permita hablar con autoridad o sin miedo a ser cuestionado.
No sigo la lógica ni la razón cuando me siento a escribir. Simplemente lo hago.
Lo hago como un compromiso conmigo mismo.
Lo hago porque algo dentro de mí quiere hablar, quiere expresarse, no quiere quedarse callado.
Lo hago porque, en el fondo, creo que a alguien puedo ayudar.
Lo hago porque sé que, eventualmente, me voy a ir de este mundo y quiero dejar algo más que el silencio.
Lo hago porque, aunque la lógica me diga que no lo haga, yo quiero hacerlo.
Lo hago porque quiero aprender a actuar sin importar lo que los demás piensen.
Lo hago porque muchas veces, cuando aprieto “publicar”, se siente incómodo.
Lo hago porque cientos de veces casi nadie me lee, y duele.
Lo hago para calmar mi ego, para recordarme que no somos tan importantes, que no pasa nada.
A nadie le importa.
Pero no lo hago por los otros.
Lo hago por mí.
Por mi voz, por los que sí se interesan en lo que pasa conmigo.
Por los que ya encontraron su propia voz, y que al verme, solo se alegran de ver a otro que también aprendió, al fin, a ser quien siempre quiso ser.
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